<<A punto de cumplir
59 años de edad, pero con la apariencia de ser una década mayor, José se pasaba
las horas sentado en aquel mullido sofá, con la mirada perdida sobre la
pantalla del televisor. Un infarto de miocardio había precipitado su
jubilación, después de trabajar durante 41 años, unas 10 horas al día. De
carácter reservado y solitario, su vida se había limitado a aquella fábrica,
donde su seca cordialidad nunca trascendió hacia la amistad entre compañeros.
En su familia, con su dulce esposa Amalia, y su hijo Fernando, un hombre optimista
y carismático, la actitud de José se mantenía en su modo independiente y
aislado, propio del trabajo en cadena de la fábrica. Con el talante de quien se
rinde ante la vida, renunciando a cualquier nueva ilusión, José se indignaba
ante las continuas sugerencias de su hijo: “Papá,
deberías pasear un poco o aficionarte a algo. El médico dijo que la depresión
aumenta el riesgo de otro infarto…” Pero estos consejos resultaban
endurecer aún más su postura de derrota.
Una mañana de sábado, Fernando
llegó a casa con una mantita en sus brazos, envolviendo un pequeño cuerpecito. Al
acercarse a su padre, la mirada escéptica pero curiosa de éste descubría en la
mantita el pequeño hocico de un cachorro. “Papá,
es de un amigo, me ha pedido que lo cuide unos días”. Los ojitos inocentes
y desvalidos del animal no tardaron en arrancar una sonrisa al rostro de José,
que lo acarició con ternura entre las orejitas.
El lector podrá imaginar que se trataba de una
mentira piadosa. Rocco, así lo llamó José, se convirtió en pocas semanas en su
mejor amigo, cómplice y compañero de paseos y
juegos, de bromas y risas, y conquistador de una mejor salud en su
corazón y en el carácter de su dueño. Como la nieve que se derrite al calor del
sol, José se volvió cada vez más cálido y cercano, incluso con las demás
personas. >>
Esta historia basada en hechos
reales (los nombres de sus protagonistas no corresponden a los reales por
respeto a su intimidad) es sólo un ejemplo que ilustra los resultados obtenidos
por diversos estudios:
La revista americana de
Cardiología American Journal of
Cardiology publicó que las personas que habían padecido un infarto
acompañado de peligrosas arritmias tenían seis
veces menos posibilidades de morir si poseían un animal doméstico. Otro estudio revelaba que las personas
ancianas que disponen de una animal doméstico tienen más resistencia
psicológica frente a las dificultades y visitan menos a su médico. Incluso, si
la persona tiene muy limitada su movilidad, se ha constatado que el simple hecho de cuidar de una planta reduce a la
mitad la mortalidad de los pensionistas que viven en residencias de mayores.
Una investigación llevada a cabo con enfermos de sida mostró que los
propietarios de un perro o gato estaban más protegidos de la depresión. De
hecho, también se ha demostrado que la simple presencia al lado de un animal
nos torna “más atractivos” a los ojos de los de los demás y aumenta los
contactos sociales.
Los seres animales tienen el poder
de conectar instintivamente con el estado de ánimo de las personas, y estimular
la interacción compasiva y amorosa en ellas. Pruebas químicas han demostrado que después de
unos minutos acariciando a una mascota, tanto el humano como el animal empiezan
a segregar hormonas beneficiosas como la oxitocina y la feniletilamina, también
llamadas hormonas del amor, ya se son producidas en grandes cantidades durante
el enamoramiento. Estas hormonas son las mismas que produce nuestro organismo
cuando abrazamos, acariciamos o simplemente miramos con ternura a alguien. Estimulan los centros cerebrales del bienestar y tienen un efecto
similar a un potente antidepresivo.
Según algunos estudiosos, los
beneficiosos terapéuticos del contacto emocional con animales son aún más
amplios. Establecer una comunicación
afectiva con animales, más aún desde una relación de confianza y no violencia
se convierte en una terapia de gran valor. Actualmente, estas son las bases de
terapias asistidas por perros, delfines o caballos, con resultados muy positivos en
personas con o sin problemas. Se trata de un acercamiento a nuestros orígenes,
a nuestra esencia emocional de detenernos y sentir; una esencia de la que
quizás la vida cotidiana llena de obligaciones y aspiraciones nos aleja.
Todos estos datos nos revelan una
vez más que la relación afectiva en sí misma es un potente curador. Detenerse,
sentir, dar y recibir amor sana las enfermedades del cuerpo y del alma… y puede
trascender hasta convertirse en una toda una Filosofía de Vida...