Todos necesitamos afecto. Es una necesidad básica desde el momento en
que nacemos. Y ya desde pequeños nos la apañamos para conseguirlo, de
diferentes formas: lloramos para que vengan nuestros padres, para que nos
atiendan, nos alimenten, nos abracen, nos acaricien. Conforme vamos creciendo
llamamos su atención de diversas maneras: mostrando nuestros dibujos, nuestras
nuevas habilidades o cualquier mérito que nos brinde la aprobación de los
mayores. Recordemos esa sensación de plenitud cuando nos aplaudían diciendo
“¡Muy bieenn!!!”. Y ya que necesitamos el afecto para vivir, es una estrategia
estupenda, al servicio de nuestra adaptación al mundo.
El problema empieza cuando nos vamos haciendo
mayores y para seguir obteniendo esta aprobación
o afecto de los demás, actuamos en función de lo que desean los otros, y no
hacemos lo que sentimos de verdad. Así, tal vez constantemente nos piden favores que no nos apetece hacer,
pero somos incapaces de decir que no, y lo hacemos por evitar el rechazo,
por seguir obteniendo la aprobación y el buen juicio de los demás. Esta forma
en la que nos relacionamos para conseguir el afecto es denominada “prostitución
afectiva o relacional”. De esta forma, en la prostitución afectiva, pueden
apreciarte por lo que haces, pero no por quién eres realmente (tus
sentimientos siempre permanecen escondidos).
Por otra parte, en la
prostitución afectiva siempre se prioriza a los demás, nunca a uno mismo, y
esta desvalorización también se proyecta a los demás, quienes sin duda también te dan menos valor. Recuerdo un paciente
que me contaba que nunca hacía planes de fin de semana, ya que su trabajo era
por turnos, y cuando él libraba el fin de semana siempre había algún compañero
que le pedía que le sustituyera en sábado o domingo, y él era incapaz de
decirle que no. Sus compañeros aparentemente le apreciaban, pero un día fue él
quien necesitó el cambio para ir a una boda un sábado, y todos sus compañeros
le dijeron que no podían. Él se sintió muy decepcionado, incluso rabioso (este
hecho fue el que le precipitó a venir a mi consulta).
Sin embargo, aunque mi paciente estaba muy decepcionado, estar en
último lugar para los demás es una consecuencia muy común cuando constantemente
sacrificamos nuestro tiempo o esfuerzo, para satisfacer a los otros. De hecho,
la palabra “sacrificio” significa
“inmolación o renuncia”. Literalmente, vamos renunciando a nosotros mismos,
“matando nuestro verdadero ser” y valorándonos siempre menos que a los otros. Y
si nosotros no nos valoramos, ¿cómo lo van a hacer los demás?
Nos comportamos con miedo a decir no, porque pensamos que nos van a
rechazar. Esto normalmente tiene graves
consecuencias en la autoestima, y a menudo va produciendo problemas de depresión y aislamiento (ya que por las
decepciones con los demás, la persona va dejando de relacionarse) que se
extienden a problemas de pareja y familiares.
APRENDER A DECIR NO
En este tipo de cuadros de prostitución afectiva, la persona debe
aprender a decir no. Normalmente, dada la dificultad que supone este reto al
principio, el tratamiento va por pasos o niveles. Si la persona siempre accede
sin pensar a la petición de favores de los demás, debe aprender a darse un
espacio sin dar directamente el sí. Entonces, deberá decir la frase “No
sé si podré, espera que lo piense”. El siguiente paso será responder “Lo
siento, me gustaría, pero no puedo”.
Y así sucesivamente, la persona va aprendiendo a hacer los favores que
le apetezcan realmente, y a decir no cuando no le apetezca. De esta forma, se
expresa libremente, tal como siente, tal
como es. La persona se valora mucho más
a sí misma, y como consecuencia, se dará cuenta que los demás, lejos de
rechazarle, también la valorarán,
respetarán y apreciarán mucho más.