Desde que en 1929
Fleming descubriera la penicilina como primer antibiótico contra enfermedades,
los avances de la MedicinaOccidental han salvado millones y millones de vidas.
Podemos dar innumerables ejemplos de los “milagros” de esta disciplina. Quizá uno
de los más llamativos sea el infarto de miocardio:
Una paciente llega a urgencias en el umbral
de la muerte, pálida, casi sin respirar y con un dolor insoportable en el
pecho. El equipo médico, guiado por años de investigación puntera con miles de
pacientes, sabe perfectamente el procedimiento: en cuestión de minutos la
entuban, el oxígeno entra por sus fosas nasales, un fármaco le dilata las
venas, otro le frena las pulsaciones, una dosis de aspirina evita nuevos
coágulos y morfina para el dolor. En cuestión de diez minutos le han salvado la
vida: habla con sus familiares y hasta sonríe. Realmente espectacular.
Y
estos resultados rápidos y milagrosos de la Medicina han pretendido extrapolarse
a todos los problemas o necesidades del ser humano. Existe un fármaco para
absolutamente todo. Desde un analgésico para un simple dolor de cabeza, hasta un
fármaco que potencia el bronceado solar de la piel.
Pero
¿realmente la Medicina Occidental
tiene soluciones para todos los problemas de salud?
A
veces la firme confianza en que sí, nos hace buscar ese “milagro farmacéutico”
no sólo ante problemas físicos, sino cuando hay un sufrimiento emocional. Se
busca la pastilla mágica que, sin necesidad de esfuerzo personal, resuelva el
problema. Tristeza por un obstáculo acontecido, nerviosismo, ansiedad, estrés.
Sólo es necesario una cita con el médico de cabecera y expresar el malestar
padecido para obtener la receta de cualquier ansiolítico o antidepresivo. Y
quizá el alivio de los síntomas no se haga esperar.
El
problema viene cuando meses o años más tarde, el organismo ha desarrollado la
tolerancia al fármaco y los efectos beneficiosos han disminuido o incluso
desaparecido. La persona evidencia más que nunca que ha sido incapaz de
afrontar su problema, que ahora le parece más grande por el paso del tiempo. Se
siente dependiente de ese puñado de pastillas, sin un atisbo de confianza en sí
misma.
A menudo, además, el malestar emocional se amplía al plano físico: contracturas, dolores o inflamación. La explicación está en la íntima conexión entre el cerebro emocional y el sistema inmune que defiende el organismo: parece que cuando nuestro estado de ánimo se rinde, también lo hacen nuestras defensas. Las dolencias físicas quizás serán tratadas con nuevos fármacos y limitarán también la actividad habitual de la persona, acentuando su malestar y atrapándola aún más en su problema.
Sin
embargo, afortunadamente cada vez son más las personas y los profesionales
sensibilizados con el “uso racional” de los fármacos. Conscientes del marketing
de la gran industria farmacéutica y con una visión más crítica e inteligente.
Apuestan por resolver la raíz del problema y no sólo aliviar temporalmente los
síntomas. Deciden confiar en los propios recursos personales y afrontar de cara
las dificultades. Con ayuda terapéutica o sin ella, descubren que la verdadera
clave de la curación está en nuestro interior.
Así
lo demuestran numerosas investigaciones científicas que señalan la importancia
de potenciar la defensa natural y el desarrollo de los recursos propios de
afrontamiento. En palabras del investigador científico Joe Dispenza disponemos de una Inteligencia Superior
mucho mayor de lo que pensamos,
“Es la misma inteligencia que hace que
nuestro corazón lata en este momento. Nuestro corazón bombea siete litros y
medio de sangre por minuto, más de trescientos treinta y ocho litros de sangre
por hora, late cien mil veces al día, cuarenta millones de veces al año y más
de tres mil millones de veces en una vida. Bombea constantemente sin que
tengamos que pensar en ello conscientemente. Si consideramos eso vemos que hay
un orden, que hay una inteligencia que nos da vida, que mantiene el latido de
nuestro corazón. Es la misma inteligencia que digiere nuestra comida, que la
descompone en gases y nutrientes y la organiza para reparar el cuerpo. Todo
ello sucede sin que lo pensemos conscientemente”.
Confiar y conectar con
esta Inteligencia Superior que nos habita se convierte en la clave para
potenciar el bienestar de nuestro cuerpo y mente… Parafraseando a Dispenza:
“Cabalgamos a lomos de un
Gigante…
...sólo tenemos que susurrarle al oído”.
Una de las múltiples formas de potenciar la propia fuerza de curación, es la técnica de "visualización". Las personas interesadas en practicarla, pueden descargar
gratuitamente este audio. Recomiendo oírlo con auriculares al menos 1 vez al
día durante 3 semanas. Se trata de una nueva versión que he elaborado de la Técnica “Confío en mí”. Para acceder, hacer click en el siguiente enlace:
http://www.monicaferrera.es/Enlaces_de_interes.html
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Nota: Dedico especialmente este
artículo a mis amigos médicos y psiquiatras con los que he tenido la fortuna de
compartir conocimientos y experiencias. Una misma labor nos une: la sanación
del sufrimiento humano.