Seguramente, ante el título de
este artículo, hay personas que han sentido cierta incomodidad, temor o incluso
rechazo. Y es que la muerte es uno de los mayores miedos de la humanidad. Su
llegada es segura para todo ser viviente, sin embargo, preferimos no pensar en
ello, nos angustia demasiado su misterio, el dolor, el miedo que envuelve al
fin de la vida.
Quizás por ello cuando nos
enfrentamos a la pérdida de un ser querido en ocasiones el duelo transcurre desde
una actitud de “evitación”. Esto ocurre por ejemplo, cuando intentamos negar
que la persona se ha marchado, y hacemos como si siguiera entre nosotros,
hablando imaginariamente con ella o manteniendo todo tal y como lo dejó (su
habitación, sus pertenencias, sus fotografías enmarcadas…) A menudo en sueños
el ser fallecido se presenta regresando a la vida como si todo hubiera sido
sólo una mala pesadilla. En el fondo no aceptamos su partida. A veces, hablar
de esta persona es un tabú que se evita en todo momento, o al contrario, se
habla frecuentemente con una fingida alegría para disfrazar el dolor.
En el fondo, esta formas de
afrontamiento del duelo son también un reflejo de cómo vivimos nuestra propia
vida.
Un sentido aún más profundo de
esta reflexión, es cuando el duelo
no se vive a partir de la pérdida de un ser querido, sino a partir de la sensación de estar perdiendo nuestra propia
vida, de que el tiempo pasa sin alcanzar la felicidad, y sin luchar por ella. Pasan
los años en la espera de que las cosas cambien, o en reunir el valor para poder
cambiarlas, pero seguimos haciendo día a día, mes a mes, exactamente lo mismo, en
una especie de suicidio lento e inconsciente.
Hay personas que son
diagnosticadas de una grave enfermedad que les sentencia poco tiempo de vida.
Es sorprendente cómo estas personas cambian su forma de ver la vida, intentan
exprimir cada momento, y disfrutan y valoran todas las pequeñas cosas que antes
pasaban desapercibidas, precisamente, porque están aceptando que tienen un
final. Miran hacia atrás y se lamentan de no haber aprovechado el tiempo, de no
haber hecho todo lo posible por cumplir sus sueños. A veces, estas personas
conectan tan profundamente con esa energía de la vida, que parecen entrar en
una especie de iluminación espiritual, se
vuelven sabios. Ciertamente, porque
han aceptado el final de la vida, porque aprenden
a morir. Y cuando estas personas, a veces de forma milagrosa, llegan a
curarse, viven la vida como una resurrección maravillosa, como un auténtico
regalo, y se transforman en un nuevo ser, totalmente diferente al anterior.
Sólo cuando aprendemos que todo tiene su final, somos capaces de
apreciarlo de forma real. Si no somos conscientes de ello, vivimos sin
darle importancia a cada día, a cada acto, vamos postergando como si el tiempo
fuera eterno, renunciando a aprovechar cada momento. Y como dice el Goethe: “La renuncia es un suicidio cotidiano”.
Los budistas practican durante
horas la “meditación de la impermanencia”
(nada permanece, todo tiene su fin), y la “meditación
de la muerte” (el final de la vida), precisamente para aprender a atesorar
cada momento de la vida, y para prescindir de aquello inservible para la
Felicidad.
¿Te atreves a reflexionar sobre
ello?
UN PAJARILLO SOBRE NUESTRO HOMBRO
Esta es la reflexión de un
moribundo, en su sabia y tierna iluminación:
“No estés tan triste porque voy a
morir, querido. Todo el mundo va a morir, hasta tú, pero la mayoría no lo cree.
Deberían de tener un pájaro en su
hombro, como hacen los budistas.
Sólo tienes que imaginarte un
pájaro encima de tu hombro, y cada mañana, con dulzura lo miras y le preguntas
¿es este el día en que podría morir, pajarito? Si así fuera… ¿Cuál es el legado
que dejaría en la humanidad? ¿Cómo me recordarían? ¿Sería mi vida recordada como
un rastro de dignidad, de sentido, incluso de inspiración para otros?
¿Estoy preparado para ese momento?
¿Estoy llevando la vida que quiero llevar? ¿Soy la persona que quiero ser?
Si aceptáramos que podemos morir
en cualquier momento, llevaríamos nuestra vida diferente.
Sólo cuando aprendemos a morir, es cuando aprendemos a vivir”
Nota final:
Querido amigo lector:
Tal vez este artículo te haya
dejado un amargo sabor de tristeza, o incluso de miedo. No temas, son emociones
muy aceptables. La naturaleza no nos da la valentía, si no que nos da el miedo,
para que lo afrontemos y lo transformemos en valor. Y en cuanto a la tristeza,
es precisamente ese dolor el que nos alerta de que quizá es el momento de
cambiar algo que nos hace sufrir en nuestras vidas. No olvidemos que la
“Felicidad no es un derecho que se nos concede, sino un deber de cada día”. Y
el tiempo, se agota.