Bienvenidos a Psicología de Vida

A través de este blog quiero compartir conocimientos y experiencias sobre la mente, el comportamiento y el sentir humano. Lejos de tecnicismos y diagnósticos psiquiátricos, me centro en la vida misma, en los condicionantes que influyen día a día en la felicidad o infelicidad de cada uno de nosotros. Para ello me baso en mi experiencia clínica en la consulta, en mi pasión por seguir formándome y aprendiendo cada año, cada día; en numerosas investigaciones que he contrastado; y cómo no, en mi experiencia personal. Mi objetivo es aportar y compartir. Mi deseo, poner en tus manos herramientas para ser más feliz.

lunes, 24 de diciembre de 2012

DEJAR IR, DEJAR SER, DEJAR ENTRAR


        En tiempos en los que se respira un ambiente de negatividad y crisis, surge una de las emociones que más sufrimiento produce: la impotencia. Mucha gente sufre con la idea de que nada se puede hacer, de que se sienten impotentes, y que por mucho que quieran, nada consiguen cambiar las cosas. Sin duda, la falta de control sobre lo que ocurre nos hace infelices. Pero ya dijo un sabio: “Lo importante no es lo que nos pasa, sino qué hacemos con lo que nos pasa”. En estas fechas de transición a un nuevo año, propongo rescatar de nuestra memoria tres sencillas ideas que ya sabemos, pero  que quizás estemos olvidando poner en práctica: 

 1) DEJAR IR

        Si constantemente nos lamentamos recordando aquel pasado que se fue, aquel familiar que ya no está, o todo lo que teníamos y ya no tenemos (pertenencias, dinero, o trabajo), estamos anclados en el pasado. Igualmente ocurre si en el presente mantenemos una pareja que nos está destruyendo, o soportamos unas amistades que nos desgastan, por miedo a dejarlas ir y sentir la soledad. Incluso ocurre cuando nos apegamos a antiguos objetos o ropas que ya no nos sirven, en lugar de tirarlos o donarlos. Entonces nos llenamos de cosas viejas, de recuerdos que nos hacen vivir en el pasado, y no permitimos que nada nuevo entre en nuestras vidas. Dejar ir es quitar el ancla que nos impide avanzar en la vida.



2) DEJAR SER

        ¿Te has parado a pensar en la energía que puedes agotar intentando cambiar aquello que no puedes cambiar? Hay personas que incansablemente luchan por cambiar a su pareja,  tratan de enseñarles “cómo deberían de ser”. Y en ese intento, continuamente frustrado, insisten una y otra vez de la misma forma: con diálogos, riñas, o incluso castigos de escarmiento. Todo con la fantasía de que algún día, por fin, como por obra de un milagro, se produzca el ansiado cambio. Esto también puede ocurrir con nuestros padres, cuando no soportamos algo de ellos y queremos cambiar lo que han sido durante toda su vida. Dejar ser es todo un acto de humildad y respeto. Es aceptar que no tenemos el poder de cambiar el mundo, y cuando esto ocurre, el agotamiento y la frustración se tornan en paz y descanso.

3) DEJAR ENTRAR

          Cuando nos hemos permitido Dejar ir aquello que nos mantiene anclados y Dejar ser aquello que no podemos cambiar, nos vaciamos de lo inservible y del esfuerzo inútil, y estamos preparados para recibir cosas nuevas en nuestras vidas. Como ya sabemos, todo vacío tiende a llenarse, pero, claro, si lo permitimos. Y en este sentido, hemos de cuidar de llenarnos de cosas nuevas, y no de lo antiguo disfrazado de nuevo, con experiencias o parejas similares, que vuelvan a perpetuar el sufrimiento.  Dejar entrar es permitir la entrada de aires nuevos: vivir nuevas vivencias, con personas nuevas y diferentes, nuevas actividades y aprendizajes, lugares nuevos…
Sentirse abiert@ a recibir lo bueno que nos llega de la vida, con alegría y agradecimiento.  


         "Espero y deseo haber contribuido con este artículo, para que en el próximo año 2013, cultives la Libertad, la Paz, la Felicidad y la Abundancia en tu Vida."


FELIZ NAVIDAD Y PRÓSPERO 2013

domingo, 18 de noviembre de 2012

SI LO TENGO "TODO"... ¿POR QUÉ ME SIENTO INFELIZ?



A menudo hay personas que llegan a mi consulta exponiendo… “No sé cómo explicar lo que me pasa. Aparentemente no tengo ningún problema: tengo trabajo, pareja, hijos, mi familia está bien y, económicamente, afortunadamente no me falta de nada… Pero me siento triste, sin ilusión, con una sensación de vacío…”



Analicemos desde el principio…

Desde que nacemos, venimos al mundo con una predisposición a ser felices, a disfrutar del amor, de los placeres, a ser creativos, curiosos, libres…  Basta observar a un bebé mientras juega: su alegría, la curiosidad con la que explora todo lo que le rodea, la valentía con la que acude a descubrir lo desconocido. Una verdadera ¡pasión por vivir! Y los mayores, en nuestro afán de proteger y guiar a esa criaturita, vamos advirtiendo de los peligros mundanos: ¡Cuidado! ¡Eso no! ¡Te vas a caer! Pronto llegan a la escuela donde tienen que aprender a socializarse y a ser disciplinados en el grupo. Año tras año, tienen que completar el programa educativo marcado para cada curso. Se les educa para ser obedientes, estar calladitos, sentados, haciendo las tareas marcadas, durante varias horas al día. Poco a poco han de aprender a renunciar a su naturaleza de ser exploradores en movimiento, creativos, curiosos… Para pasar a ser obedientes, sumisos y seguir las normas marcadas por los adultos, limitando el desarrollo de sus potencialidades innatas.

Un estudio realizado en 1968 por George Land, en una muestra de 1600 niños de 5 años, mostraba que el 98% de ellos nacían con capacidades extraordinarias para explorar, crear y resolver problemas. Los niños nacen con capacidades asombrosas, ¡son verdaderos genios! El estudio mostró, 5 años más tarde, cuando los niños tenían 10 años, que sólo el 38% llegaba a nivel de genio, y esta cifra se redujo al 12% cuando tenían 15 años. De adultos, sólo el 2% alcanzaba el nivel de genio.

El sistema también nos adoctrina para que seamos competitivos, a través del sistema numérico de calificaciones, nos enseña a compararnos con los demás. Sacar un 10 en un examen es hacer todo lo que dijo el profe, justo como dijo el profe. Se mutila cada vez más la capacidad de decidir, de crear, de potenciar las capacidades individuales de cada persona. Ser “el/la mejor” es cumplir al máximo con el deber que ya está establecido y superar en ello a los demás.

Filósofos y maestros han definido como “Ortonoia” a este proceder establecido como correcto y deseable: la raíz “orto” significa “correcto” y “noia” de noiesis, “conocimiento”.

Y para seguir ese “buen camino”, la sociedad nos sigue adoctrinando: Debes estudiar para conseguir un buen trabajo, casarte, tener una familia, comprar muchas cosas, estar a la moda… Aprendemos a seguir la ruta marcada, a seguir la senda de la mayoría, sacrificando el en camino seguirnos a nosotros mismos y acallando, poco a poco, nuestra voz interior.

No es extraño que los jóvenes, cuando alcanzan la mayoría de edad y han de tomar una decisión en cuanto a qué profesión elegir, se sientan incapaces de saber qué quieren: están acostumbrados a hacer lo que les marcan desde fuera, y quizás nunca se pararon a escucharse a sí mismos y confiar en su propio criterio.

Pero esa voz que habita en cada uno de nosotros,  no puede permanecer en silencio por siempre, termina expresándose. Quizás en forma de tristeza, de confusión, de vacío existencial. Tal vez en forma de nerviosismo, ansiedad, de tensión muscular o incluso dolor de cabeza. Es el estado que sigue a la nombrada “Ortonoia”, y que llamamos “Paranoia” o crisis de perturbación mental. Y en ese punto surge el planteamiento: ¿sigo acallando esta voz con algún tratamiento que me alivie y silencie mi sufrimiento?... o… ¿me decido a buscar y descubrir quién quiero ser realmente? Esta elección de crear el camino propio, siguiendo la voz interior es, en la citada terminología, el estado “Metanoia” que significa “más allá de la mente”. La mente, en este sentido, podría considerarse el conjunto de creencias adquiridas, limitadoras del verdadero potencial que poseemos.


LA HISTORIA DEL ELEFANTE ENCADENADO

Hace años leí un cuento que refleja muy bien la reflexión del presente artículo:

<<Cuando era pequeña me encantaban los circos. Quedaba impresionada por los animales que amenizaban la función, y me llamaba la atención especialmente el gran tamaño y la fuerza descomunal del elefante. Un día, ya después de la función, observé cómo el enorme animal permanecía tranquilo, en las afueras de la carpa, tan sólo atado en una de sus patas por una cadena y una pequeña estaca en la tierra. Me pregunté entonces “¿Por qué no hace uso de su gran fuerza para soltarse y escapar?” Alguien me respondió “Porque está amaestrado”. Me volví a plantear entonces… Y si está amaestrado, “¿Por qué lo encadenan?”.
No obtuve respuesta convincente en ese momento, y con el paso de los años me olvidé del misterio del elefante hasta que alguien suficientemente sabio me resolvió el enigma:
Cuando el elefante era recién nacido, fue atado con esa estaca a la tierra. El pobre elefantito intentaría usar todas sus fuerzas para soltarse. Me lo imagino tirando, empujando, sudando agotado hasta caer rendido. Un terrible día de su existencia, exhausto por el inútil esfuerzo, dejó de intentarlo… para siempre. Nunca más ha vuelto a planteárselo, porque el pobre animal cree que “no puede”>>.

Desgraciadamente, al igual que el elefante encadenado, hay personas que permanecen toda su vida, atadas a sus creencias de incapacidad… Sin plantearse el enorme potencial que alberga en su interior.





domingo, 14 de octubre de 2012

OLVIDAR UN AMOR




<<Me consumo en mi fuego,
¡Señor, piedad, piedad!
De amor me estoy muriendo,
¡Pero no puedo amar!>>

                             Alfonsina Storni
  
     No es casualidad que el desamor sea un tema estrella en la poesía, la música o el cine…  Amor no correspondido, o más aún, perder al ser amado. Numerosos corazones se identifican con este dolor que, más tarde o más temprano, a todos nos llega. Sin embargo, no todas las personas afrontan de la misma forma una ruptura amorosa. Mientras que algunas personas recuperan su bienestar e incluso rehacen felizmente su vida a corto-medio plazo, otras parecen quedar condenadas de por vida al recuerdo doloroso de lo que pudo ser y no fue.

       ¿De qué dependen estas diferencias?


LA RUPTURA: UN DUELO QUE PUEDE COMPLICARSE

    Aunque el concepto de duelo se asocia generalmente al periodo que sigue al fallecimiento de un ser querido, el término duelo proviene de dolor, y es un proceso que sigue a cualquier pérdida, incluida la de una pareja.

     A veces la ruptura es especialmente traumática, por ser inesperada, provocada por una infidelidad,  o cuando la relación es tan tormentosa que no queda otra opción. En estos casos, el duelo puede complicarse si la persona no es firme en su determinación y se deja llevar por momentos de debilidad que le hacen buscar , a veces de forma impulsiva, algún contacto con su ex-pareja. A menudo este contacto es vivido de forma eufórica, como quien sacia la necesidad inminente de una droga; pero la consecuencia final es incrementar el dolor, al confirmar nuevamente,  que la relación es imposible. No obstante, y como acallando a la lógica de la razón, hay quienes insisten en seguir este impulso masoquista de buscar esa “droga”, aun pagando el alto precio de ir perdiendo, cada vez más la dignidad y la esperanza de recuperar la relación.

   Por la exactitud con la que coincide el proceso de la adicción a drogas, con la conducta descrita en el párrafo anterior, los expertos llaman adicción emocional  a esta búsqueda impulsiva de la persona amada. Esta similitud se cumple incluso a nivel bioquímico, con un importante paralelismo entre la estructura neuronal de una persona en proceso de ruptura y una persona adicta a la cocaína. Y como consecuencia, la desintoxicación de esta adicción podría alargarse y complicarse en la medida en la que  siga habiendo “consumo”, o en este caso,  contacto con la persona amada. 


LA ELECCIÓN

     Al igual que en la desintoxicación de sustancias, la recuperación de una adicción parte de un firme decisión. Una vez decidido, es importante ser consciente de que la única forma de superar el dolor de la ruptura es pasar por el medio: atravesarlo. Y para ello, se ha de asumir que será necesario distanciarse lo más posible de todo contacto con la ex-pareja. Incluso, es aconsejable dejar de hablar de ella, aún reteniendo el deseo imperioso de hacerlo, propio de la adicción, pues al hablarlo, el cerebro revive y fortalece una y otra vez la razón de su dolor. Se trata de superar, sin consumir, el periodo del síndrome de abstinencia emocional.

     En este sentido, el ser humano, como mecanismo de defensa, tiende a evitar el dolor,  y es por ello que en estos casos se desea de forma imperiosa olvidar lo antes posible a la persona amada y superar cuanto antes todo el proceso. Sin embargo, como decía Michel de Montaigne:

    "Nada fija tan intensamente algo en la memoria como el deseo de olvidar".

     El deseo de olvidar es un fuerte rechazo al dolor, pero el dolor necesita ser aceptado para empezar a sanarse (remito al artículo “Sanar el dolor” de este blog). Formas en las que se manifiesta este deseo de olvidar es rechazando todo recuerdo positivo que viene a la mente sobre momentos hermosos vividos en la relación. La persona intenta desterrar estos pensamientos, para no sufrir, sin embargo, en este intento sólo consigue atraerlos aún más y prolongar el dolor. En este sentido, es imprescindible aceptar que esos momentos hermosos son inolvidables, y que debemos darle un lugar en nuestro corazón. Para ello, y para ir curando el dolor asociado a ellos, se puede elaborar una especie de galería de recuerdos en la que representemos con una imagen mental cada recuerdo positivo vivido en la relación. Repetir diariamente este recorrido mental por la galería de recuerdos ayuda a ir cicatrizando la herida de la pérdida.


RENACER

     Cuanto más agudo es un sufrimiento, mayor es la oportunidad de crecimiento personal.  El desgarro de la pérdida de un ser amado crea un gran vacío que obliga a desarrollar los recursos personales a veces hasta límites insospechados. He oído testimonios de personas que sienten que han renacido, y que jamás hubieran pensado alcanzar tanta felicidad creciendo y redescubriéndose a sí mismas.


… el dolor de una ruptura amorosa 
puede hundirnos al fondo del abismo…

 …Decidir tomar impulso hacia la superficie 
puede elevarnos a divisar
 nuevos y apasionantes horizontes…


 

sábado, 8 de septiembre de 2012

DONDE COMIENZA EL AMOR: LA "AUTOESTIMA"


Quién no se ha planteado alguna vez en qué nivel está su Autoestima; si está alta, baja, o como algun@s dicen, por los suelos… El concepto Autoestima es quizá uno de los más utilizados, por profesionales y por el público en general. De esta forma, la expresión tener Baja Autoestima se emplea con frecuencia cuando una persona no se quiere a sí misma, no se valora, no cree en sus cualidades; también cuando no se cuida, o permite que los demás no la cuiden o la humillen, cuando se aísla o incluso cuando una persona está triste o no tiene ilusión. Así, el término Autoestima se convierte en una especie de comodín, empleado en la jerga popular para explicar casi todos los males del sentir humano. No es extraño, por tanto, que numerosos libros y talleres versen, precisamente, sobre “Cómo mejorar la Autoestima”. 


Pero, realmente, ¿alguien sabe explicar de forma concreta qué es y cómo elevar la autoestima? ¿O el concepto se ha desvirtuado de tanto usarlo?

Si comenzamos por analizar la palabra, tenemos auto-, proveniente del griego, que significa “sí mismo”; y –estima: “querer”, “valorar”,”apreciar”. Resultado: valorarse o amarse a sí mismo. Pero, ¿cómo conseguir esto?

Propongo, antes de analizar el amor a uno mismo, una pregunta como reflexión dirigida a los demás:

“¿Qué cualidades te parecen más admirables en los demás?”

Tal vez te resulte útil recordar qué cualidades hicieron que te enamoraras de alguien o qué cualidades te gustaría que tuviera una pareja ideal para ti.

Si quieres que esta lectura te resulte verdaderamente reveladora, te propongo, antes de continuar leyendo, que elabores una lista con todas esas cualidades que veas admirables en los demás. Puedes incluir de 10 a 20 cualidades.

Quizá algunas de estas cualidades que te resultan admirables en una persona sean:
  •  “Afectuosa”: que muestre cariño y sea una persona querida. 
  •  “Atractiva”: con cualidades físicas y/o personales atrayentes.
  •   “Alegre”: con ganas de disfrutar de la vida.
  •  “Sociable”: que se relacione positivamente con las personas.
  •   “Con capacidades”: profesionales, artísticas, intelectuales…
  •   “Con metas”: con objetivos alcanzados y por alcanzar.
  •   “Segura”: que sabe lo que quiere y es coherente para conseguirlo.
  •    “Auténtica”: persona sincera y clara.
  •   “Satisfecha”: persona que acepta quién es, incluso con sus debilidades.
  •     “Confiada”: cree en sus capacidades y se muestra tal como es.
  •  “Saludable”: que se cuida, física y/o mentalmente.
  • ...

O tal vez hayas incluido otras cualidades. Pero ¿sabes qué es lo más interesante de tu lista? Que estas cualidades son las que están en ti. Puede que esto te sorprenda o incluso te choque. Pero la realidad es que sería imposible que tú admiraras estas cualidades si no las reconocieras en ti. Lo que sí puede ocurrir es que sólo estén en forma de semilla, sin que te preocupes de cultivarlas y darles vida.

Por tanto, cuantas más cualidades de tu lista tengas sin cultivar, menos amor y admiración sentirás por ti. Se convierte por tanto la autoestima es un auténtico proceso de conquista a un@ mism@.


Y podríamos pensar que la autoestima se adquiere en función de cómo nos valoran los demás: qué piensan de nosotros nuestros padres, nuestra pareja, nuestros amigos o compañeros. Y es cierto que parte del autoconcepto se construye a partir del reconocimiento de los demás,  pero esto es sólo una pequeña parte. La fuente del amor a uno mismo emana del interior y es un trabajo propio. Si no es así, dependeremos de los halagos de los demás constantemente para saciar nuestra sed, y esta dependencia no nos resultará admirable de nosotros.

 LA CONQUISTA A UN@ MISM@

      Cuenta una leyenda que Pigmalión, escultor y Rey de Chipre, quería casarse con una mujer que correspondiera a su ideal de mujer perfecta. Tras años de búsqueda, finalmente, decidió no casarse y dedicar su amor y su tiempo a crear la más bella de las estatuas.
Guiado por su amor, empezó a esculpir una bella estatua de mujer, a la que llamó Galatea, tan perfecta y hermosa, que el rey se enamoró de ella perdidamente. Profundamente atraído por su obra, no podía dejar de pensar en su amada de marfil. La observaba y admiraba durante horas, y soñaba que cobraba vida.
        Una noche, Pigmalión se dirigió a la estatua, y al besarla, ya no sintió los helados labios de marfil, sino una suave y cálida piel en sus labios. La estatua había cobrado vida.
     Se cuenta que la diosa Venus había intervenido en el milagro y dirigiéndose al Rey mencionó:

        “Mereces la Felicidad, y una Felicidad que tú mismo has plasmado. Aquí tienes a la reina que has buscado. Ámala y defiéndela del mal”.

        Cada día es una oportunidad para esculpirnos a nosotros mismos. Elige cada día una de esas cualidades que admiras; puedes inspirarte en personas que la muestren;  y compórtate como si tuviera vida en ti. Si es la alegría, simplemente sonríe, como si te sintieras feliz; si es la seguridad, habla mirando fijamente a los ojos, o camina observando la firmeza de tus pasos… Y poco a poco, sentirás como la escultura que vas creando en ti, va despertando tu amor y admiración y, por fin, irás sintiendo cómo cobra vida en tu ser...




martes, 3 de julio de 2012

AMORES QUE SANAN


 <<A punto de cumplir 59 años de edad, pero con la apariencia de ser una década mayor, José se pasaba las horas sentado en aquel mullido sofá, con la mirada perdida sobre la pantalla del televisor. Un infarto de miocardio había precipitado su jubilación, después de trabajar durante 41 años, unas 10 horas al día. De carácter reservado y solitario, su vida se había limitado a aquella fábrica, donde su seca cordialidad nunca trascendió hacia la amistad entre compañeros. En su familia, con su dulce esposa Amalia, y su hijo Fernando, un hombre optimista y carismático, la actitud de José se mantenía en su modo independiente y aislado, propio del trabajo en cadena de la fábrica. Con el talante de quien se rinde ante la vida, renunciando a cualquier nueva ilusión, José se indignaba ante las continuas sugerencias de su hijo: “Papá, deberías pasear un poco o aficionarte a algo. El médico dijo que la depresión aumenta el riesgo de otro infarto…” Pero estos consejos resultaban endurecer aún más su postura de derrota.

Una mañana de sábado, Fernando llegó a casa con una mantita en sus brazos, envolviendo un pequeño cuerpecito. Al acercarse a su padre, la mirada escéptica pero curiosa de éste descubría en la mantita el pequeño hocico de un cachorro. “Papá, es de un amigo, me ha pedido que lo cuide unos días”. Los ojitos inocentes y desvalidos del animal no tardaron en arrancar una sonrisa al rostro de José, que lo acarició con ternura entre las orejitas.

 El lector podrá imaginar que se trataba de una mentira piadosa. Rocco, así lo llamó José, se convirtió en pocas semanas en su mejor amigo, cómplice y compañero de paseos y  juegos, de bromas y risas, y conquistador de una mejor salud en su corazón y en el carácter de su dueño. Como la nieve que se derrite al calor del sol, José se volvió cada vez más cálido y cercano, incluso con las demás personas. >>




Esta historia basada en hechos reales (los nombres de sus protagonistas no corresponden a los reales por respeto a su intimidad) es sólo un ejemplo que ilustra los resultados obtenidos por diversos estudios:

La revista americana de Cardiología American Journal of Cardiology publicó que las personas que habían padecido un infarto acompañado de peligrosas arritmias tenían seis veces menos posibilidades de morir si poseían un animal doméstico.  Otro estudio revelaba que las personas ancianas que disponen de una animal doméstico tienen más resistencia psicológica frente a las dificultades y visitan menos a su médico. Incluso, si la persona tiene muy limitada su movilidad, se ha constatado que el simple  hecho de cuidar de una planta reduce a la mitad la mortalidad de los pensionistas que viven en residencias de mayores. Una investigación llevada a cabo con enfermos de sida mostró que los propietarios de un perro o gato estaban más protegidos de la depresión. De hecho, también se ha demostrado que la simple presencia al lado de un animal nos torna “más atractivos” a los ojos de los de los demás y aumenta los contactos sociales.




Los seres animales tienen el poder de conectar instintivamente con el estado de ánimo de las personas, y estimular la interacción compasiva y amorosa en ellas.  Pruebas químicas han demostrado que después de unos minutos acariciando a una mascota, tanto el humano como el animal empiezan a segregar hormonas beneficiosas como la oxitocina y la feniletilamina, también llamadas hormonas del amor, ya se son producidas en grandes cantidades durante el enamoramiento. Estas hormonas son las mismas que produce nuestro organismo cuando abrazamos, acariciamos o simplemente miramos con ternura a alguien. Estimulan los centros cerebrales del bienestar y tienen un efecto similar a un potente antidepresivo.

Según algunos estudiosos, los beneficiosos terapéuticos del contacto emocional con animales son aún más amplios.  Establecer una comunicación afectiva con animales, más aún desde una relación de confianza y no violencia se convierte en una terapia de gran valor. Actualmente, estas son las bases de terapias asistidas por perros, delfines o caballos, con resultados muy positivos en personas con o sin problemas. Se trata de un acercamiento a nuestros orígenes, a nuestra esencia emocional de detenernos y sentir; una esencia de la que quizás la vida cotidiana llena de obligaciones y aspiraciones nos aleja.   

Todos estos datos nos revelan una vez más que la relación afectiva en sí misma es un potente curador. Detenerse, sentir, dar y recibir amor sana las enfermedades del cuerpo y del alma… y puede trascender hasta convertirse en una toda una Filosofía de Vida...






                                                                                                                   

martes, 29 de mayo de 2012

EL PODER DE LAS PALABRAS


"Las palabras son como balas”, dice el filósofo Wittgenstein para señalar el poder destructor de las palabras. Y quién no tiene grabada a fuego aquella frase o palabra que un día impactó como una bala en su alma…

Quizá sin tener conciencia de tal disparo, siendo niñ@ tu padre o tu madre te dijo alguna vez “Ojalá fueras como tu hermano”, condenándote para siempre a ser su sombra. Quizás te apasionaba la pintura, la danza o el teatro y tu profesor un día amputó tu pasión con un “Mejor te dedicas a otra cosa”. Tal vez alguien a quien amaste de verdad te dijo un día “Ya no te amo”,  golpeando tu autoestima y sembrando para siempre la semilla del miedo al amor.

Cuanto más amamos o admiramos a las personas, tanto más poder tienen sus palabras en nosotros. Igualmente, cuanto más “prestigio” tiene el emisor, más poderoso es aquello que nos dice. Por esta razón tiene tanto poder el diagnóstico emitido por un médico, psiquiatra o psicólogo a un paciente, especialmente cuando éste teme profundamente por su salud. En ese momento, las palabras se transforman en la hoja afilada de un bisturí que opera la frágil esperanza del paciente… Y el profesional debería ser consciente de tan enorme responsabilidad. En este sentido, en mi experiencia clínica, he conocido a personas que, ya curadas de aquélla enfermedad diagnosticada, piden ayuda psicológica porque siguen traumatizadas y por el impacto del momento del diagnóstico.

Y no perdamos de vista que no sólo recibimos los mensajes, sino que también somos “emisores”. Que quizás fuimos víctimas de palabras hirientes, pero también podemos ser verdugos. Y no sólo para los demás, sino a veces, quizás en la mayoría de las ocasiones, cuando nos hablamos a nosotros mismos.

Numerosas investigaciones han demostrado el poder de las palabras que nos emitimos con nuestro pensamiento. De esta forma,  si con frecuencia nos decimos mensajes negativos como, por ejemplo,  “Siempre me van mal las cosas”, “No soy bastante buen@”; nuestro cerebro empieza a ejecutar la frase como una orden. Podemos evidenciar con distintas señales en el organismo el efecto  de estos pensamientos negativos: boca seca o saliva espesa y blanca, palidez, pupila dilatada, sudor frío, tensión muscular, taquicardia, nerviosismo y disminución del estado inmunológico.


Sin embargo, cuando las palabras que nos emitimos a nosotros mismos son positivas, como “He estado genial”, aun sin haber estado brillantes, o “Confío en mí”, a pesar de los temores, los efectos son muy distintos. Biológicamente, los pensamientos positivos se traducen en: boca húmeda con saliva fluida, pupila contraída o acorde a la luz ambiental, piel sonrosada y seca, ritmo cardíaco normal, relajación muscular, tranquilidad y control, mejor coagulación y cicatrización de heridas y subida del estado inmunológico. A su vez, este estado del organismo propicia una actitud mental dirigida al bienestar y al logro, que nos orienta a actuar de forma abierta y confiada, y va materializando una realidad positiva de prosperidad y dicha. Y es así como “nuestros pensamientos, van creando nuestra realidad”.

El investigador Masaru Emoto, a través de curiosos experimentos, demostró el poder de las palabras; en esta ocasión probó su efecto sobre las partículas de agua. Es impactante ver los resultados que ciertas palabras como “Te odio” o “Te mataré” provocan en el agua, en contraposición a palabras como “Gracias” o “Amor”. Esto es aún más interesante considerando  que el ser humano se compone en ¡¡un 90% de agua!! Observa el siguiente vídeo (no olvides pausar el vídeo musical del blog): 



¿CÓMO COMENZAR?


Algunas personas estarán pensando en la dificultad de emitir pensamientos positivos, sobre todo si la costumbre es de centrarnos en la autocrítica y en el pesimismo. Y lo más curioso en este sentido es que no es necesario “creer o sentir firmemente lo que nos decimos para obtener los efectos beneficiosos”, sino que el cerebro procesa y envía las órdenes igualmente. Eso sí, es necesario un entrenamiento y una repetición en Afirmaciones Positivas, y de esta forma, poco a poco, el cerebro irá modificando automáticamente sus programaciones, sus conexiones y así, como un efecto dominó irá cambiando nuestra forma de sentirnos, nuestra manera de actuar y, finalmente, la realidad de nuestra vida.

        ¿Te decides a probar?

        Te sugiero que elabores por escrito un listado de afirmaciones positivas. Puedes colocar este listado a la vista, en tu habitación, o en cualquier otro lugar. Puedes también hacer copias y llevarlo contigo, a modo de amuleto, y leerlo cuando lo necesites o te apetezca. Es aconsejable repetir esta especie de “Oración positiva a uno mismo” varias veces al día, cuanto más lo hagas, más rápido notarás los efectos.
Te doy algunas ideas de Afirmaciones:

“Me merezco todo lo bueno de la vida.”
“Soy una persona maravillosa, me acepto y me amo como soy”
“Hoy es una oportunidad para crecer y aprender”
“Acepto las dificultades del día a día, porque soy capaz de superarlas”
“Me libero de cargas del pasado y me siento ligero en el presente”
“Confío en mi mente y en mi sabiduría interior”
“Escucho con amor el lenguaje de mi cuerpo”
“Tengo el poder de sanar mis dolencias”
“Mi vida fluye con ligereza y armonía”
“Enriquezco a quienes me rodean y aprendo y me nutro de ellos”
“Recibo todo lo bueno, porque así lo merezco”
“Agradezco con amor a la vida todo lo que recibo”
“Todo está bien en mi mundo”





domingo, 29 de abril de 2012

LOS LÍMITES DE LA MEDICINA


  Desde que en 1929 Fleming descubriera la penicilina como primer antibiótico contra enfermedades, los avances de la MedicinaOccidental han salvado millones y millones de vidas. Podemos dar innumerables ejemplos de los “milagros” de esta disciplina. Quizá uno de los más llamativos sea el infarto de miocardio:
  
           Una paciente llega a urgencias en el umbral de la muerte, pálida, casi sin respirar y con un dolor insoportable en el pecho. El equipo médico, guiado por años de investigación puntera con miles de pacientes, sabe perfectamente el procedimiento: en cuestión de minutos la entuban, el oxígeno entra por sus fosas nasales, un fármaco le dilata las venas, otro le frena las pulsaciones, una dosis de aspirina evita nuevos coágulos y morfina para el dolor. En cuestión de diez minutos le han salvado la vida: habla con sus familiares y hasta sonríe. Realmente espectacular.

   
           Y estos resultados rápidos y milagrosos de la Medicina han pretendido extrapolarse a todos los problemas o necesidades del ser humano. Existe un fármaco para absolutamente todo. Desde un analgésico para un simple dolor de cabeza, hasta un fármaco que potencia el bronceado solar de la piel.

           Pero ¿realmente la Medicina Occidental tiene soluciones para todos los problemas de salud?

         A veces la firme confianza en que sí, nos hace buscar ese “milagro farmacéutico” no sólo ante problemas físicos, sino cuando hay un sufrimiento emocional. Se busca la pastilla mágica que, sin necesidad de esfuerzo personal, resuelva el problema. Tristeza por un obstáculo acontecido, nerviosismo, ansiedad, estrés. Sólo es necesario una cita con el médico de cabecera y expresar el malestar padecido para obtener la receta de cualquier ansiolítico o antidepresivo. Y quizá el alivio de los síntomas no se haga esperar.
  
            El problema viene cuando meses o años más tarde, el organismo ha desarrollado la tolerancia al fármaco y los efectos beneficiosos han disminuido o incluso desaparecido. La persona evidencia más que nunca que ha sido incapaz de afrontar su problema, que ahora le parece más grande por el paso del tiempo. Se siente dependiente de ese puñado de pastillas, sin un atisbo de confianza en sí misma.


      
            A menudo, además, el malestar emocional se amplía al plano físico: contracturas, dolores o inflamación. La explicación está en la íntima conexión entre el cerebro emocional y el sistema inmune que defiende el organismo: parece que cuando nuestro estado de ánimo se rinde, también lo hacen nuestras defensas. Las dolencias físicas quizás serán tratadas con nuevos fármacos y limitarán también la actividad habitual de la persona, acentuando su malestar y atrapándola aún más en su problema.

            Sin embargo, afortunadamente cada vez son más las personas y los profesionales sensibilizados con el “uso racional” de los fármacos. Conscientes del marketing de la gran industria farmacéutica y con una visión más crítica e inteligente. Apuestan por resolver la raíz del problema y no sólo aliviar temporalmente los síntomas. Deciden confiar en los propios recursos personales y afrontar de cara las dificultades. Con ayuda terapéutica o sin ella, descubren que la verdadera clave de la curación está en nuestro interior.




            Así lo demuestran numerosas investigaciones científicas que señalan la importancia de potenciar la defensa natural y el desarrollo de los recursos propios de afrontamiento. En palabras del investigador científico Joe Dispenza disponemos de una Inteligencia Superior mucho mayor de lo que pensamos,

            “Es la misma inteligencia que hace que nuestro corazón lata en este momento. Nuestro corazón bombea siete litros y medio de sangre por minuto, más de trescientos treinta y ocho litros de sangre por hora, late cien mil veces al día, cuarenta millones de veces al año y más de tres mil millones de veces en una vida. Bombea constantemente sin que tengamos que pensar en ello conscientemente. Si consideramos eso vemos que hay un orden, que hay una inteligencia que nos da vida, que mantiene el latido de nuestro corazón. Es la misma inteligencia que digiere nuestra comida, que la descompone en gases y nutrientes y la organiza para reparar el cuerpo. Todo ello sucede sin que lo pensemos conscientemente”.

            Confiar y  conectar con esta Inteligencia Superior que nos habita se convierte en la clave para potenciar el bienestar de nuestro cuerpo y mente… Parafraseando a Dispenza:


                “Cabalgamos a lomos de un Gigante… 

                                                         ...sólo tenemos que susurrarle al oído”.



             



         Una de las múltiples formas de potenciar la propia fuerza de curación, es la técnica de "visualización". Las personas interesadas en practicarla, pueden descargar gratuitamente este audio. Recomiendo oírlo con auriculares al menos 1 vez al día durante 3 semanas. Se trata de una nueva versión que he elaborado de la Técnica “Confío en mí”. Para acceder, hacer click en el siguiente enlace:

 http://www.monicaferrera.es/Enlaces_de_interes.html




Nota: Dedico especialmente este artículo a mis amigos médicos y psiquiatras con los que he tenido la fortuna de compartir conocimientos y experiencias. Una misma labor nos une: la sanación del sufrimiento humano.
           

           
             


martes, 10 de abril de 2012

SANAR EL DOLOR

        El dolor es posiblemente una de las experiencias más compartidas universalmente. 

         Junto con el miedo, la ira y el placer (descritos en artículos anteriores de este blog) el dolor es una de las cuatro emociones primarias. Saber aceptar y sanar el dolor se convierte en un aprendizaje indispensable para evitar el sufrimiento innecesario en la vida.

        En el plano físico, el dolor es una sensación desagradable que funciona como mecanismo de protección de nuestro cuerpo. Pensemos, por ejemplo, en el dolor que sentimos cuando mantenemos durante largo tiempo una misma postura corporal: gracias al cambio de posición motivado por el dolor preservamos los músculos y huesos que de otro modo resultarían dañados. De hecho, la enfermedad de “insensibilidad congénita al dolor” acorta drásticamente la vida de las personas afectadas.

        En el plano emocional, el dolor también es una señal: nos indica que algo que sucede en nuestra vida es diferente a lo que deseábamos. Y por ello, sufrimos. Quizá, por ejemplo, deseábamos vivir por siempre con una pareja amada, que un día nos abandonó, hiriéndonos profundamente.

        Pero, ¿cómo sanar las heridas?

                                            

        Puedo afirmar que todas las personas a quienes he  tenido la oportunidad de conocer de forma más cercana tenían algo en común: en algún momento de sus vidas algo les hirió profundamente. Posiblemente en su niñez no percibieron ser suficientemente amados, o valorados; quizás algún familiar cercano murió dejando un gran vacío, o tal vez el primer amor les traicionó duramente.

        Toda pérdida o herida profunda viene seguida de un proceso de “duelo”. La palabra duelo viene del latín dolus: dolor. Y en este sentido, la única forma de salir del dolor es atravesarlo. Frente a una herida dolorosa, podemos decidir desinfectarla, a pesar del escozor; o al menos cuidar que no se infecte para que cicatrice cuanto antes; pero no podemos hacer que desaparezca por arte de magia, sin que quede la cicatriz.

        Además la cicatriz de una herida profunda siempre va a permanecer en nuestra piel, pero cuando la tocamos, ya no sangra. Igualmente cuando atravesamos un proceso de duelo, jamás lo olvidaremos, pero ya no nos duele. Desgraciadamente, nuestra memoria guarda mucho más tiempo los recuerdos dolorosos que los felices.

       Sin embargo, algunas heridas pueden permanecer abiertas y dolientes durante largos años y es necesario entonces detectarlo para completar el proceso de duelo. Sucede cuando se sueña a menudo con el suceso doloroso a pesar de que haya pasado mucho tiempo, o cuando se recuerda prácticamente a diario lo ocurrido provocando una tristeza profunda, o incluso cuando se teme emprender algo, como un nuevo amor, por miedo a sufrir nuevamente. En esos casos la herida muestra estar aún abierta, y de esta forma se sufre mucho más porque el dolor se prolonga indefinidamente en el tiempo.

        Otras formas de alargar el sufrimiento es soportar una situación dolorosa por miedo a un dolor que sería más profundo pero más corto en el tiempo. Pensemos en una persona que soporta las infidelidades de su pareja porque piensa que el dolor de abandonarlo sería insoportable. Seguramente en su relación dolorosa se alternarán momentos de esperanza que no harán sino perpetuar la resistencia a dar el paso de romper la tormentosa relación. Este caso nos sirve de ejemplo para diferenciar los dos tipos de dolor; observemos la siguiente gráfica:



        El dolor curativo (o constructivo) sirve para sanar una herida y empezar a construir el presente y el futuro. Es más intenso pero mucho más corto en el tiempo (en el ejemplo, sería el duelo después de renunciar a la relación dolorosa).

           El dolor destructivo es un sufrimiento que debilita y destruye poco a poco a la persona sin conducirla a una sanación. Puede ser indefinido, por tanto se trata de mucho más dolor (en el ejemplo, sería soportar la relación de infidelidad).


        De este modo, el dolor constituye una señal muy valiosa.  Nos muestra una necesidad de movilizarnos en la vida: tal vez a aceptar una pérdida y sanar la herida para continuar el camino;  o quizás para reconducirnos hacia la felicidad que realmente anhelamos.