Bienvenidos a Psicología de Vida

A través de este blog quiero compartir conocimientos y experiencias sobre la mente, el comportamiento y el sentir humano. Lejos de tecnicismos y diagnósticos psiquiátricos, me centro en la vida misma, en los condicionantes que influyen día a día en la felicidad o infelicidad de cada uno de nosotros. Para ello me baso en mi experiencia clínica en la consulta, en mi pasión por seguir formándome y aprendiendo cada año, cada día; en numerosas investigaciones que he contrastado; y cómo no, en mi experiencia personal. Mi objetivo es aportar y compartir. Mi deseo, poner en tus manos herramientas para ser más feliz.

martes, 3 de julio de 2012

AMORES QUE SANAN


 <<A punto de cumplir 59 años de edad, pero con la apariencia de ser una década mayor, José se pasaba las horas sentado en aquel mullido sofá, con la mirada perdida sobre la pantalla del televisor. Un infarto de miocardio había precipitado su jubilación, después de trabajar durante 41 años, unas 10 horas al día. De carácter reservado y solitario, su vida se había limitado a aquella fábrica, donde su seca cordialidad nunca trascendió hacia la amistad entre compañeros. En su familia, con su dulce esposa Amalia, y su hijo Fernando, un hombre optimista y carismático, la actitud de José se mantenía en su modo independiente y aislado, propio del trabajo en cadena de la fábrica. Con el talante de quien se rinde ante la vida, renunciando a cualquier nueva ilusión, José se indignaba ante las continuas sugerencias de su hijo: “Papá, deberías pasear un poco o aficionarte a algo. El médico dijo que la depresión aumenta el riesgo de otro infarto…” Pero estos consejos resultaban endurecer aún más su postura de derrota.

Una mañana de sábado, Fernando llegó a casa con una mantita en sus brazos, envolviendo un pequeño cuerpecito. Al acercarse a su padre, la mirada escéptica pero curiosa de éste descubría en la mantita el pequeño hocico de un cachorro. “Papá, es de un amigo, me ha pedido que lo cuide unos días”. Los ojitos inocentes y desvalidos del animal no tardaron en arrancar una sonrisa al rostro de José, que lo acarició con ternura entre las orejitas.

 El lector podrá imaginar que se trataba de una mentira piadosa. Rocco, así lo llamó José, se convirtió en pocas semanas en su mejor amigo, cómplice y compañero de paseos y  juegos, de bromas y risas, y conquistador de una mejor salud en su corazón y en el carácter de su dueño. Como la nieve que se derrite al calor del sol, José se volvió cada vez más cálido y cercano, incluso con las demás personas. >>




Esta historia basada en hechos reales (los nombres de sus protagonistas no corresponden a los reales por respeto a su intimidad) es sólo un ejemplo que ilustra los resultados obtenidos por diversos estudios:

La revista americana de Cardiología American Journal of Cardiology publicó que las personas que habían padecido un infarto acompañado de peligrosas arritmias tenían seis veces menos posibilidades de morir si poseían un animal doméstico.  Otro estudio revelaba que las personas ancianas que disponen de una animal doméstico tienen más resistencia psicológica frente a las dificultades y visitan menos a su médico. Incluso, si la persona tiene muy limitada su movilidad, se ha constatado que el simple  hecho de cuidar de una planta reduce a la mitad la mortalidad de los pensionistas que viven en residencias de mayores. Una investigación llevada a cabo con enfermos de sida mostró que los propietarios de un perro o gato estaban más protegidos de la depresión. De hecho, también se ha demostrado que la simple presencia al lado de un animal nos torna “más atractivos” a los ojos de los de los demás y aumenta los contactos sociales.




Los seres animales tienen el poder de conectar instintivamente con el estado de ánimo de las personas, y estimular la interacción compasiva y amorosa en ellas.  Pruebas químicas han demostrado que después de unos minutos acariciando a una mascota, tanto el humano como el animal empiezan a segregar hormonas beneficiosas como la oxitocina y la feniletilamina, también llamadas hormonas del amor, ya se son producidas en grandes cantidades durante el enamoramiento. Estas hormonas son las mismas que produce nuestro organismo cuando abrazamos, acariciamos o simplemente miramos con ternura a alguien. Estimulan los centros cerebrales del bienestar y tienen un efecto similar a un potente antidepresivo.

Según algunos estudiosos, los beneficiosos terapéuticos del contacto emocional con animales son aún más amplios.  Establecer una comunicación afectiva con animales, más aún desde una relación de confianza y no violencia se convierte en una terapia de gran valor. Actualmente, estas son las bases de terapias asistidas por perros, delfines o caballos, con resultados muy positivos en personas con o sin problemas. Se trata de un acercamiento a nuestros orígenes, a nuestra esencia emocional de detenernos y sentir; una esencia de la que quizás la vida cotidiana llena de obligaciones y aspiraciones nos aleja.   

Todos estos datos nos revelan una vez más que la relación afectiva en sí misma es un potente curador. Detenerse, sentir, dar y recibir amor sana las enfermedades del cuerpo y del alma… y puede trascender hasta convertirse en una toda una Filosofía de Vida...