Bienvenidos a Psicología de Vida

A través de este blog quiero compartir conocimientos y experiencias sobre la mente, el comportamiento y el sentir humano. Lejos de tecnicismos y diagnósticos psiquiátricos, me centro en la vida misma, en los condicionantes que influyen día a día en la felicidad o infelicidad de cada uno de nosotros. Para ello me baso en mi experiencia clínica en la consulta, en mi pasión por seguir formándome y aprendiendo cada año, cada día; en numerosas investigaciones que he contrastado; y cómo no, en mi experiencia personal. Mi objetivo es aportar y compartir. Mi deseo, poner en tus manos herramientas para ser más feliz.

domingo, 3 de marzo de 2013

APRENDER A MORIR... PARA APRENDER A VIVIR



        
        Seguramente, ante el título de este artículo, hay personas que han sentido cierta incomodidad, temor o incluso rechazo. Y es que la muerte es uno de los mayores miedos de la humanidad. Su llegada es segura para todo ser viviente, sin embargo, preferimos no pensar en ello, nos angustia demasiado su misterio, el dolor, el miedo que envuelve al fin de la vida.





        Quizás por ello cuando nos enfrentamos a la pérdida de un ser querido en ocasiones el duelo transcurre desde una actitud de “evitación”. Esto ocurre por ejemplo, cuando intentamos negar que la persona se ha marchado, y hacemos como si siguiera entre nosotros, hablando imaginariamente con ella o manteniendo todo tal y como lo dejó (su habitación, sus pertenencias, sus fotografías enmarcadas…) A menudo en sueños el ser fallecido se presenta regresando a la vida como si todo hubiera sido sólo una mala pesadilla. En el fondo no aceptamos su partida. A veces, hablar de esta persona es un tabú que se evita en todo momento, o al contrario, se habla frecuentemente con una fingida alegría para disfrazar el dolor.

En el fondo, esta formas de afrontamiento del duelo son también un reflejo de cómo vivimos nuestra propia vida.


        Un sentido aún más profundo de esta reflexión, es cuando el duelo no se vive a partir de la pérdida de un ser querido, sino a partir de la sensación de estar perdiendo nuestra propia vida, de que el tiempo pasa sin alcanzar la felicidad, y sin luchar por ella. Pasan los años en la espera de que las cosas cambien, o en reunir el valor para poder cambiarlas, pero seguimos haciendo día a día, mes a mes, exactamente lo mismo,  en una especie de suicidio lento e inconsciente.




        Hay personas que son diagnosticadas de una grave enfermedad que les sentencia poco tiempo de vida. Es sorprendente cómo estas personas cambian su forma de ver la vida, intentan exprimir cada momento, y disfrutan y valoran todas las pequeñas cosas que antes pasaban desapercibidas, precisamente, porque están aceptando que tienen un final. Miran hacia atrás y se lamentan de no haber aprovechado el tiempo, de no haber hecho todo lo posible por cumplir sus sueños. A veces, estas personas conectan tan profundamente con esa energía de la vida, que parecen entrar en una especie de iluminación espiritual, se vuelven sabios. Ciertamente, porque han aceptado el final de la vida, porque aprenden a morir. Y cuando estas personas, a veces de forma milagrosa, llegan a curarse, viven la vida como una resurrección maravillosa, como un auténtico regalo, y se transforman en un nuevo ser, totalmente diferente al anterior.



      Sólo cuando aprendemos que todo tiene su final, somos capaces de apreciarlo de forma real. Si no somos conscientes de ello, vivimos sin darle importancia a cada día, a cada acto, vamos postergando como si el tiempo fuera eterno, renunciando a aprovechar cada momento. Y como dice el Goethe: “La renuncia es un suicidio cotidiano”.

  
      Los budistas practican durante horas la “meditación de la impermanencia” (nada permanece, todo tiene su fin), y la “meditación de la muerte” (el final de la vida), precisamente para aprender a atesorar cada momento de la vida, y para prescindir de aquello inservible para la Felicidad.



¿Te atreves a reflexionar sobre ello?




UN PAJARILLO SOBRE NUESTRO HOMBRO


Esta es la reflexión de un moribundo, en su sabia y tierna iluminación:


“No estés tan triste porque voy a morir, querido. Todo el mundo va a morir, hasta tú, pero la mayoría no lo cree.  Deberían de tener un pájaro en su hombro, como hacen los budistas.

Sólo tienes que imaginarte un pájaro encima de tu hombro, y cada mañana, con dulzura lo miras y le preguntas ¿es este el día en que podría morir, pajarito? Si así fuera… ¿Cuál es el legado que dejaría en la humanidad? ¿Cómo me recordarían? ¿Sería mi vida recordada como un rastro de dignidad, de sentido, incluso de inspiración para otros?

¿Estoy preparado para ese momento? ¿Estoy llevando la vida que quiero llevar? ¿Soy la persona que quiero ser?

Si aceptáramos que podemos morir en cualquier momento, llevaríamos nuestra vida diferente. 
Sólo cuando aprendemos a morir, es cuando aprendemos a vivir”





Nota final:


Querido amigo lector:


Tal vez este artículo te haya dejado un amargo sabor de tristeza, o incluso de miedo. No temas, son emociones muy aceptables. La naturaleza no nos da la valentía, si no que nos da el miedo, para que lo afrontemos y lo transformemos en valor. Y en cuanto a la tristeza, es precisamente ese dolor el que nos alerta de que quizá es el momento de cambiar algo que nos hace sufrir en nuestras vidas. No olvidemos que la “Felicidad no es un derecho que se nos concede, sino un deber de cada día”. Y el tiempo, se agota.