Bienvenidos a Psicología de Vida

A través de este blog quiero compartir conocimientos y experiencias sobre la mente, el comportamiento y el sentir humano. Lejos de tecnicismos y diagnósticos psiquiátricos, me centro en la vida misma, en los condicionantes que influyen día a día en la felicidad o infelicidad de cada uno de nosotros. Para ello me baso en mi experiencia clínica en la consulta, en mi pasión por seguir formándome y aprendiendo cada año, cada día; en numerosas investigaciones que he contrastado; y cómo no, en mi experiencia personal. Mi objetivo es aportar y compartir. Mi deseo, poner en tus manos herramientas para ser más feliz.

domingo, 22 de enero de 2012

LA ANSIEDAD: UNA NEGATIVA A TU INTERIOR

            Aquí estás, has llegado a este artículo, quizás porque has mirado el correo, tal vez, porque andabas curioseando por el mundo cibernético algo de Psicología, o de estrés… Posiblemente  lo lees desde tu móvil, en cualquier lugar, tal vez aprovechando el tiempo mientras estás en la cola del supermercado… El tiempo apremia, y cada vez nos vemos más avocados a hacer varias cosas a la vez. 



              
         Vivimos en una sociedad que constantemente demanda nuestra atención y esfuerzo: debemos estar informados de las últimas noticias, debemos conocer las nuevas acciones políticas, debemos reorganizar nuestra economía para sobrevivir a la crisis, debemos cumplir y rendir en el trabajo, debemos conocer y manejar las nuevas tecnologías, debemos seguir formándonos para competir en el duro mercado laboral o bien debemos estar al tanto de cualquier opción de empleo, también debemos ocuparnos de nuestros quehaceres diarios: comida, vestido, la casa, debemos atender a nuestra familia o pareja, o si es el caso, también a nuestra mascota, debemos revisar nuestra correspondencia por correo ordinario, y también por correo electrónico y debemos, constantemente, mirar al reloj, para ir rápido y poder hacerlo todo, o más bien, casi todo… Porque es humanamente imposible llevar al día todo lo que la sociedad nos demanda. Y si no somos conscientes de esta imposibilidad, nos invade la angustia del “debería hacer más”.

              Le exigimos a nuestro organismo hacer frente a este ritmo frenético. A menudo podemos sentir que tanta demanda nos colapsa y nos vemos bloqueados, como un ordenador con veinte aplicaciones abiertas que se satura y advierte “Este programa no responde”.

              En ocasiones esta saturación no es palpable en la agenda diaria, sino que se experimenta sólo a nivel mental, en una ida y venida incesante de recuerdos del pasado o preocupaciones sobre el futuro, que nos impide centrarnos en el momento presente. 

         Quizá cuando llega la noche o cualquier otro momento en el que voluntariamente queremos aquietar el sistema tanto físico como mental, la inercia de tanta actividad hace imposible pararlo. Podemos sentir entonces que en nuestro interior algo se descontrola, como un caballo salvaje que galopa sin saber adónde va. Esta mirada a nuestro interior descontrolado nos asusta aún más, y buscamos alguna ayuda externa que nos permita apaciguar a la bestia… Una tila, una valeriana, o en los casos más graves, un trankimazín que el médico receta cuando le dices que estás mal de los nervios. Y quizás el remedio funcione, en el momento, pero has aprendido algo: tu interior te asusta.

            La Organización Mundial de la Salud establece que la prevalencia de los Trastornos de Ansiedad se sitúa en un 25% de la población adulta en Europa y EEUU. Hay quienes consideran que se trata de la Epidemia Silenciosa del siglo XXI.

            Curiosamente los datos dicen que en Oriente la tasa de Ansiedad es tres veces menor que en Occidente. Numerosos autores, como David Servan o Ramiro Calle inciden en que esta diferencia se halla en que mientras la Cultura Occidental nos enseña que la Felicidad se halla en el éxito social y el consumismo, la Cultura Oriental se centra en la paz interior como esencia de la Vida.

           Muchos de nosotros somos unos auténticos extraños para nuestro mundo interior, perdidos en lo que parece más urgente y más importante (correos electrónicos, llamadas de teléfono…). Y cuanto más conectados estemos con lo exterior, menos lo estamos con nuestro propio interior. A menudo ofrecemos una atención positiva a los niños o a las mascotas cuando demandan nuestro cariño sencillamente enseñándonos un dibujo que han hecho, o un hueso que han encontrado, tan sólo para que les rasquemos la barbilla. Pero ¿cuándo tenemos un gesto tan benevolente hacia nosotros mismos? 

            Afortunadamente, cada vez hay más personas que descubren que la clave de su bienestar comienza por una atención positiva a su interior. En palabras del sabio Rabat-Zinn: Pasar cada día un tiempo con nosotros mismos es un <<acto radical de amor>>.  
 

          Podemos elegir practicar alguna disciplina de la tradición oriental como el yoga, la meditación, el tai chi o el quirong, o cualquier técnica de relajación. En cualquiera de las técnicas mencionadas la respiración se convierte en la puerta biológica hacia nuestro interior.
          

            He elaborado una Técnica de Relajación para quienes quieran dedicarse un espacio a sí mismos. La relajación, como cualquier hábito, necesita de un entrenamiento y una dedicación diarios, y quizás al principio la falta de costumbre pueda hacer incómoda su práctica. Aconsejo oír este audio con auriculares, en un lugar tranquilo que propicie tu bienestar, durante, al menos tres semanas, en un encuentro diario contigo mismo… Pronto te lo agradecerás…




                Para descargar la técnica de relajación te remito a mi web, a través del siguiente enlace: 


En el menú de "Enlaces de interés", haz clic en "Descargar técnica de relajación Confío en mí".


domingo, 8 de enero de 2012

DIME CON QUIÉN ANDAS Y TE DIRÉ ….CÓMO TE SIENTES

 El ser humano, por naturaleza, necesita el contacto con otros. Somos seres sociales. Nos engendramos dentro de otro ser y desde el momento del nacimiento necesitamos el calor humano.

En este sentido, es curioso cómo la ciencia puede evolucionar, pero sólo hasta ciertos límites. En la década de 1980, los avances en incubadoras herméticas permitían mantener con vida a bebés cada vez más prematuros. Gracias a las lámparas ultravioleta, era posible alcanzar unas condiciones óptimas de vida artificial. Aquellas pequeñas criaturas tenían un sistema nervioso tan frágil que se llegó a prohibir cualquier manipulación física, incluso se colocaron carteles de “NO TOCAR”. A veces los lloros de desamparo de los bebés encogían el corazón de las enfermeras, pero éstas, disciplinadamente, intentaban ignorarlos. Los cuidados eran estrictos; las condiciones, perfectas: control de temperatura, humedad, oxígeno, alimentación al milímetro... Sin embargo ¡los bebés no crecían! Era como una burla de la Naturaleza a la Ciencia… Periódicamente se pesaba a los bebés, y al cabo de un tiempo se observó que, entre los que alcanzaban sobrevivir, sólo un grupo ascendía de peso. Los investigadores se volvían locos buscando las causas de esta diferencia. Si los cuidados eran, ¡idénticos! O, más bien, casi idénticos… Las cámaras desvelaron el secreto: los bebés que crecían eran cuidados por una misma enfermera que se acababa de incorporar al servicio de una de las plantas. Tuvo que confesar que no pudo resistirse a consolar el llanto desgarrador de los bebés, y durante la madrugada, les acariciaba con delicadeza la espalda… Y ese contacto era lo que les daba ¡vida!

            Se han repetido investigaciones similares con otras especies confirmando los mismos resultados: ante la ausencia de contacto con otros seres, las células del organismo se niegan literalmente a desarrollarse… El contacto con otros nos influye poderosamente desde que nacemos.

            Y a lo largo de nuestra vida, son muchas las personas con las que nos relacionamos. Durante los primeros años, en la infancia, esas personas con las que compartimos nuestra existencia y que siempre formarán parte en nuestra vida no son “elegidas” por nosotros, sino que más bien, vienen impuestas por el destino: se trata de nuestros padres, hermanos, y otros familiares.

            Sin embargo, ya desde los inicios de la infancia, al entrar en la primera institución social, la escuela, empezamos a elegir los amiguitos y amiguitas con quienes comenzamos a desarrollar por nosotros mismos la necesidad de socializarnos. Y los elegíamos simplemente porque con aquellas personas nos sentíamos bien.

           
            
            Y así es, el hecho de estar con unas personas u otras puede hacer que nos sintamos bien o mal. En cierto modo, llegamos a ser una especie de reflejo de su estado. Algunos estudios han constatado la existencia de unas células dentro del cerebro denominadas “neuronas espejo” que se activan de una forma refleja al observar una acción en otra persona. Esto es, si observamos a alguien bostezar, la zona motora de nuestro cerebro se activará y sentiremos el impulso de imitar esa acción. Lo mismo ocurre con las emociones: si sentimos que una persona siente miedo, dolor o cualquier otra emoción, nuestras neuronas espejo reflejarán en nosotros esa misma emoción.
Esto nos ayuda a comprender el motivo de porqué cuando estamos con personas aprehensivas, pesimistas o críticas, nuestro sistema nervioso se contagia de estas emociones y llegamos a sentir malestar. Y si el tiempo en su compañía ha sido prolongado, algunos investigadores refieren que además se produce un intercambio más sutil a nivel vibratorio o energético que nos alinea con esa persona provocando en nuestro sistema sensaciones de abatimiento, cansancio y negativismo. Del mismo modo, cuando nos acompañamos de personas enérgicas y optimistas reflejamos y compartimos en nosotros ese estado de bienestar y enriquecimiento.

            Pero la influencia no es unidireccional: nosotros también influimos en la otra persona, y esa reacción a su vez, vuelve como un boomerang. Es decir, con nuestras palabras y gestos, despertamos una sensación concreta en la otra persona que, de nuevo reflejamos en nosotros. Además, de forma estratégica, podemos cambiar de sentido la reacción de otra persona. Por ejemplo, ante el ataque de una persona enojada, como un conductor furioso que te acribilla a bocinazos porque has cometido un descuido, en lugar de enojarte impulsivamente, puedes probar pedir perdón con humildad: es muy curioso observar en él la cara de desconcierto y cómo su emoción de ira se transforma en compasión.

En muchos casos la mayor parte del día estamos con personas: nuestros familiares, pareja, compañeros de trabajo, amigos… y si tomas conciencia, quizá caigas en la cuenta de que con cada una de ellas te comportas algo diferente, y a la vez, te sientes distinto: es como si cada relación sacara algo bueno o algo malo de ti, y viceversa. Algunas de esas personas no las puedes cambiar (tu madre o tu padre)… Pero la mayoría de las personas son elegidas directamente por ti, como, por ejemplo,  tus amigos, o también los familiares con quienes decides relacionarte más. Y entre todas estas elecciones sociales, existe una decisión principal y más importante de todas: la persona que eliges especialmente para compartir tu vida: tu pareja. La interacción con todas estas personas construye tu ser social además de tu propio autoconcepto y autoestima, y  a nivel más amplio, tu felicidad, la satisfacción con tu vida.

            Ahora la decisión es tuya: tú eliges con quién compartir tu tiempo, con quién establecer esa influencia emocional recíproca. Tienes el poder de potenciar lo mejor o lo peor en los demás. Eres responsable de seleccionar aquellas personas que son dignas de disfrutar de ti. Todo ello dependerá del valor que quieras darle a tu vida, de la valía que te otorgues a ti mismo y de la intensidad con la que decidas brillar… Se trata de un acto de amor o de desprecio hacia a ti, y hacia los demás. En palabras de Bernasconi: “Una estrella que brilla mucho irradia su luz a la estrellas de su alrededor”.